
Cuando éramos pequeños, mis hermanos y yo, cuando aún sólo éramos tres, jugábamos en casa a cosas que nos gustaría ser de mayores; Mi hermano, boxeaba con un peluche gigante que teníamos de la pantera rosa, y también hacía safaris por el Serengueti, subido a lomos de su león de peluche con balancín. Mi hermana montaba refugios para animales en su cuarto, con todos los peluches, caballos de plástico de los juegos de indios y vaqueros, dinosaurios de juguete y unos pajaritos que mi madre colgaba siempre del árbol de navidad.
Pero yo no quería ser exploradora en la selva, ni veterinaria, ni boxeadora. Yo quería ser
CANTANTE NEGRA DE JAZZ.
Me encantaba ponerme un camisón rojo transparente, (sí muy sexy), con su bata llena de chorreras, de mi madre. A ella le llegaría por los muslos; a mí me tapaba los pies.
También me ponía unos zapatos suyos plateados de tacón con plataformas, (cosa de la moda de los 70, juro que no soy hija de una drag queen), y una peluca de mi abuela, llena de rizos de color castaño. Me pintaba los labios muy rojos y muy por fuera de su línea natural, porque yo quería tener la boca de Donna Hightower. Ella era mi favorita, o tal vez, la única de mis diva
s que al estar aún viva, salía de vez en cuando por la tele y podía idolatrar, adorar e imitar.
Mi micrófono era un cepillo de la ropa con mango y mi aforo, el enorme espejo del pasillo. Así me pasaba las veladas de los sábados, montándome mi propia gala, sin importarme un pelo que el resto de los habitantes de la casa pasaran por encima de los cables de mi micro, (sí, le ataba una cuerda que “enchufaba” a un cajón), camino del baño, o que dijeran al pasar por allí cosas como “hay que ver esta niña la imaginación que tiene”, o “Siouxie, o te comes la verdura o te escondo la peluca…” .
Había en mi casa un tocadiscos pequeño, el “picú” le llamaban mis padres, era el que se habían llevado a los guateques de jovenzuelos, que aún sobrevivía. En él ponía los viejos discos que había en casa, de Billie Holiday, Ella Fitgerald y Bessie Smith, y por supuesto hacía unos play backs maravillosos, sin entender por supuesto una sola palabra de lo que decían las canciones.., pero aún sigo tarareando de vez en cuando el
“all of me” o el “love or leave me” , o el “tea for two”, recordando aquellos dulces tiempos.
Ahora he crecido, y aunque no tengo ya ni la peluca, ni el camisón rojo, ni aquel viejo “picú”, he conservado los viejos discos de vinilo. Ahora lo estoy escuchando. Parece que unas arañas patinan sobre sus surcos, el sonido no es limpio, pero es el sonido de mi infancia ; eso lo hace el sonido más limpio del mundo.
Pero yo no quería ser exploradora en la selva, ni veterinaria, ni boxeadora. Yo quería ser
CANTANTE NEGRA DE JAZZ.
Me encantaba ponerme un camisón rojo transparente, (sí muy sexy), con su bata llena de chorreras, de mi madre. A ella le llegaría por los muslos; a mí me tapaba los pies.
También me ponía unos zapatos suyos plateados de tacón con plataformas, (cosa de la moda de los 70, juro que no soy hija de una drag queen), y una peluca de mi abuela, llena de rizos de color castaño. Me pintaba los labios muy rojos y muy por fuera de su línea natural, porque yo quería tener la boca de Donna Hightower. Ella era mi favorita, o tal vez, la única de mis diva

Mi micrófono era un cepillo de la ropa con mango y mi aforo, el enorme espejo del pasillo. Así me pasaba las veladas de los sábados, montándome mi propia gala, sin importarme un pelo que el resto de los habitantes de la casa pasaran por encima de los cables de mi micro, (sí, le ataba una cuerda que “enchufaba” a un cajón), camino del baño, o que dijeran al pasar por allí cosas como “hay que ver esta niña la imaginación que tiene”, o “Siouxie, o te comes la verdura o te escondo la peluca…” .
Había en mi casa un tocadiscos pequeño, el “picú” le llamaban mis padres, era el que se habían llevado a los guateques de jovenzuelos, que aún sobrevivía. En él ponía los viejos discos que había en casa, de Billie Holiday, Ella Fitgerald y Bessie Smith, y por supuesto hacía unos play backs maravillosos, sin entender por supuesto una sola palabra de lo que decían las canciones.., pero aún sigo tarareando de vez en cuando el
“all of me” o el “love or leave me” , o el “tea for two”, recordando aquellos dulces tiempos.
Ahora he crecido, y aunque no tengo ya ni la peluca, ni el camisón rojo, ni aquel viejo “picú”, he conservado los viejos discos de vinilo. Ahora lo estoy escuchando. Parece que unas arañas patinan sobre sus surcos, el sonido no es limpio, pero es el sonido de mi infancia ; eso lo hace el sonido más limpio del mundo.
